Mi experiencia en un campo de trabajo de la UE en Letonia


Este verano me animé a irme a un campo de trabajo voluntario por primera vez. Los organiza la Unión Europea con el fin de que personas de entre 18 y 30 años realicen un voluntariado en el extranjero durante 2 semanas. La idea es colaborar conjuntamente con jóvenes de otros países de la unión en un proyecto común. Puede ser cualquier tipo de trabajo voluntario: desde trabajar con niños, reconstruir una catedral, preparar el escenario para un festival de música hasta trabajo relacionado con la sostenibilidad🌱 como fue mi caso. Antes de inscribirte en un proyecto tienes una descripción sobre el mismo pero, en realidad, cuando me inscribí en el proyecto de Letonia no tenía ni idea de lo que iba a hacer porque la descripción, a pesar de no ser escueta, si que era muy confusa.

El caso es que pensaba que tenías hasta cierta fecha como límite para inscribirte en cualquiera de los campamentos que ofertaban así que dejé pasar varios días porque no tenía prisa. Sin embargo, resultó que le ofrecían la plaza a quien la solicitara primero y listo (al menos desde Madrid). Por eso, cuando quise inscribirme ya quedaban bastantes pocos campamentos… Pero de entre los que quedaban elegí el que estaba más relacionado con la ecología que es lo que me interesa a mí. Me inscribí en el campamento de trabajo en Letonia el mes de mayo para irme en agosto.

Poco después, me puse en contacto con el Injuve (Instituto de la juventud), que es quien coordina los campos de trabajo en España, para pedir los datos de contacto del resto de españoles. Sabía que éramos al menos 3 porque es lo que ponía en la descripción pero el Injuve sólo me dio los datos de una de ellas. Enseguida nos escribimos para conocernos y coordinar cuando iríamos. Nos cogimos el billete de avión para ir juntas y, sin duda, fue una de las mejores decisiones que pude tomar en esta experiencia. Rápidamente hice migas con Carla porque es una de las personas más abierta, simpática y creativa que he conocido nunca. Tanto es así que ya de antemano (¡y sin habernos visto en persona todavía!) decidimos quedarnos 3 días más por tierras eslavas para visitar Tallin, Estonia.

En los meses siguientes no le di demasiadas vueltas hasta que me di cuenta de que en unos pocos días me iba a ir a un campo de trabajo en la otra punta de Europa, a hacer no se qué tareas relacionadas con la sostenibilidad y con gente que no tenía la más mínima idea de quienes serían. 😨 Ahí ya me empecé a asustar un poco lo reconozco. También fue el último momento que tenía para ir a comprar con urgencia un saco de dormir ¡Bendito saco! (Ya luego comentaré el gran papel que jugó en este campo de trabajo).
 
Cuando por fin llegó el día de irme, quedé con Carla en el aeropuerto para un par de horas después subirnos al avión hasta Riga, Letonia. Fue un vuelo largo de 6 horas incluyendo la escala en Frankfurt pero con la compañía se hizo muy ameno. 

Llegamos por fin al aeropuerto de Riga y nos venía a buscar un chico del campo de trabajo. Para ser sincera, a primera vista no nos inspiró nada de confianza. Era un tío grande, alto y con pintas de punk que apenas nos hablaba. Pensé en hacerle una foto a la matrícula pero al final algo en mí me dijo que no haría falta. En el coche puso música heavy metal a todo volumen mientras conducíamos de noche por unas carreteras desoladas en las que había unas pocas farolas. De alguna manera la situación era tan surrealista que hasta era graciosa. Tras más de media hora de camino, llegamos a la finca donde haríamos el voluntariado. Era una casa en medio de la absoluta nada. Todo estaba oscuro, tan sólo había una bombilla en el porche. Cuando entramos en la casa nos recibió un hombre con unas pintas también bastante peculiares con una mini trenza en la cabeza. Parecía sacado de una serie de vikingos. También lo primero que notamos de la casa era un olor potente a sudor y suciedad…Nos dijeron que como habíamos llegado un día antes de lo previsto no les había dado tiempo a hacer limpieza e íbamos a tener que compartir la habitación con los voluntarios del campo de trabajo anterior. Nosotras habíamos entendido que como el campamento empezaba el día 11 de agosto, era mejor llegar el 10 para ya trabajar el 11; ellos esperaban que llegáramos el mismo 11 y empezar a trabajar el 12. Un pequeño problema de comunicación que al final no importó. Subimos a la planta de arriba a la habitación donde íbamos a dormir. Adjunto foto:

El apocalipsis
Lo primero que pensé fue: ¿¿Cómo me voy a quedar aquí 2 semanas?? Lo único que me reconfortaba era pensar que no estaba completamente sola porque Carla y yo nos apoyaríamos si algo malo pasaba. Decidimos dormir esa noche ahí y pensar con calma a la mañana siguiente si teníamos que volver a España o no. Justo en ese momento existencial, volvieron los voluntarios del campo anterior a la habitación y pudimos hablar un buen rato con ellos. El ver que eran personas normales que estaban bien después de haber estado 2 semanas en esa casa nos tranquilizó mucho. En serio. Probablemente no hubiera dormido si no nos hubieran contado su experiencia. Nos quedamos hasta las 4 de la mañana charlando largo y tendido con ellos porque ellos se iban a quedar despiertos toda la noche para volverse a sus países a las 6 de la mañana. Dormimos tranquilamente hasta casi mediodía porque aquel día no teníamos que hacer nada, solo esperar a que llegaran el resto de voluntarios. Ayudamos a los organizadores del campamento a limpiar un poco la casa y fue ahí cuando descubrimos que había otro cuarto (¡con camas normales!) así que rápidamente cambiamos nuestras cosas del suelo al cuarto normal. Dios sabe cuándo fue la última vez que cambiaron esas sábanas. Nosotros éramos el sexto campamento que iba ese verano y sólo se daban un día entre cada campamento así que menos mal que teníamos ese bendito saco para dormir 🙏.

La habitación normal
Más adelante, llegaron el resto de voluntarios casi todos a la vez en el autobús de por  la tarde porque cabe destacar que el autobús que iba de Riga a Bārbele, el pueblo más cercano a la finca, pasaba solo 3 veces al día: de madrugada, por la mañana y por la tarde. Ya está, no había más. Aparte esa parada estaba a 3km de la finca y ni siquiera era una parada oficial así que el conductor no tenía la obligación de parar ahí. Eso es lo apartados que estábamos de la civilización. Lo primero que me vino a la mente cuando vi al resto de voluntarios bajarse del autobús fue que todos eran unos retoños. La mayoría tenían 17 añitos cuando en el Injuve no te dejan inscribirte en un campo de trabajo a no ser que tengas al menos 18 así que eso me pareció curioso. En general una de mis mayores preocupaciones era que el resto de personas del campamento fueran demasiado pequeños al yo ser la mayor de todos. De hecho me sentía como la mami del grupo muchas veces. La realidad fue que al final la diferencia de edad no resultó ser un problema en absoluto a la hora de trabajar juntos.

En total éramos: 5 españoles, 2 franceses, 2 turcos, 1 alemana y 1 ruso

Sin duda había demasiados españoles ya que la idea es que hubiera unas pocas personas de cada país pero tampoco fue mala cosa. El resto de voluntarios se valían del ya mítico: “Bora bora” para avisarnos de que estábamos hablando demasiado en español y que cambiáramos al inglés.

La ubicación

El sitio en el que estábamos era una finca en Bārbele, Letonia, casi en la frontera con Lituania. Era un lugar precioso, rodeado de bosques muy frondosos y con un pasto muy verde. Era una zona rural, muy simple y apacible donde la vida gira en torno al ganado y los cultivos. 







El primer día de campamento fue muy relajado y básicamente nos sirvió de adaptación. El camp-leader preparó varios juegos para memorizar los nombres de todos y conocernos un poco más. Nosotros mismos pusimos las normas de la casa y organizamos los turnos de cocinar y de limpiar la cocina. Una de las cosas que más me gustaron de este campo de trabajo es que nosotros teníamos total libertad de decidir qué tipo de normas queríamos poner en la casa y podíamos organizar la convivencia a nuestro gusto. Creo que es un aprendizaje muy importante, en especial a la hora de ganar independencia y capacidad de tomar decisiones entre muchos.

¿Con quién trabajábamos? ¿Qué teníamos que hacer?

La asociación en la que estábamos colaborando se llama Youth4Smile y básicamente pretende ofrecer alternativas de ocio a los jóvenes de Letonia. Todas sus actividades para los niños y adolescentes las organizan en la finca y la mayoría tiene que ver con sostenibilidad. Además de organizar actividades constructivas con los jóvenes durante todo el año, en verano organizan los campos de voluntariado europeo. Por ejemplo, los voluntarios del campamento anterior tenían que construir una sauna ya que Letonia es uno de los países nórdicos donde la sauna está muy arraigada a su cultura. 

La sauna rural

En nuestro caso, nos tocó construir un invernadero desde cero, usando ventanas viejas como paredes para que entrara la luz.

Los primeros días estábamos muy atascados porque ni siquiera teníamos idea de cómo empezar. Bajamos las ventanas viejas que tenían de la parte de arriba del establo y las limpiamos. Después las numeramos y anotamos sus medidas. Por suerte, había un par de chicos a los que se les daba muy bien las matemáticas y diseñaron un primer boceto de lo que sería el invernadero y las medidas que necesitábamos, en plan arquitecto amateur. Luego quedaba lo más difícil, elegir qué ventanas de las muchas que teníamos íbamos a usar.

Debatiendo con las ventanas
La gracia de todo fue el hecho de poder construir un invernadero entero sin tener ni idea, sin nunca haber usado un hacha para cortar los troncos que íbamos a usar de estructura o sin haber usado antes un taladro en nuestra vida. Aunque sea muy complicado al principio, es realmente muy satisfactorio haber podido terminar la tarea y sentir que has contribuido realmente a construir una estructura de cero. Si, claro está que no es el invernadero del siglo pero es que precisamente en eso se basa la idea de la asociación:

“Aprender haciendo”

Aunque pueda sonar muy lógico y redundante no siempre nos enseñan directamente haciendo las cosas por nuestra cuenta. Es más, casi nunca te ofrecen la oportunidad de hacer las cosas por ti mismo. El sistema educativo se basa en enseñarte una teoría que jamás vas a llevar a la práctica y esa no es una forma realista de aprender. Es por eso que esta experiencia me ha ofrecido una forma realista y práctica de aprender con la que puedes aprender a hacer absolutamente cualquier cosa que te propongas. ¡Sólo hay que meterle empeño y ganas! 💪

Tiempo libre

Trabajábamos de lunes a viernes pero he de decir que la carga de trabajo fue mucho menor de lo que esperaba. Teníamos mucho tiempo libre con el que pudimos nadar en el largo, recoger bayas para hacer mermelada casera, pasear por el bosque y jugar muchos muchos juegos de cartas. Incluso el organizador del campamento nos llevó a un pantano cerca de la casa y eso fue toda una experiencia por sí sola. Al caminar se te iban hundiendo los pies hasta los tobillos. Había que ir descalzo porque de otra forma lo más probable es que acabaras perdiendo el zapato en el fondo del pantano. De hecho, si no ibas con cuidado hay puntos en los que el pantano te puede succionar así que es divertido pero solo durante un ratito.


El pantano
El fin de semana libre que tuvimos lo aprovechamos para visitar todos juntos a la capital, Riga. Nos organizamos con antelación y reservamos un albergue para todos en el centro de la ciudad. Visitamos muchos puntos importantes de la ciudad pero es verdad que una parte de nosotros presionamos bastante para pasar la tarde en las tiendas de segunda mano. ¡Culpable! Pero conseguimos un montón de ropa vintage por 1,50 cada prenda. Lo pasamos genial y caminamos muchísimo por casi toda la ciudad. Además dio la casualidad de que justo aquel fin de semana se celebraba un festival en la ciudad y pudimos ver unos fuegos artificiales impresionantes por la noche. El domingo por la mañana fuimos a la playa de Jurmala (donde veranean los rusos con dinerito) y por la tarde regresamos a la finca para volver a trabajar el lunes.




En la segunda semana del campamento nos organizamos para que cada día tuviéramos una comida típica de cada país de los voluntarios. El primer día fue comida letona, el segundo comida española, el tercero comida francesa, el cuarto comida turca con sus deliciosas delicias turcas y el quinto una combinación de comida alemana y rusa.




Como considero que la honestidad es una de mis virtudes principales ahí va un resumen con los pros y contras de la experiencia: 

Puntos positivos:

-Hacer cosas que nunca pensabas que ibas a poder hacer
-Superarte a ti mismo
-Conocer a mucha gente diferente que te aportan cosas nuevas
-Viajar y descubrir otras realidades muy diferentes a las tuyas 

Puntos negativos:

-Pagar una tasa de alojamiento y comida, aunque sea muy poco + el billete de avión
-Tener que compartir un espacio tan reducido con mucha gente (Y SOLO UN BAÑO)
-La suciedad de la casa
-Estar tan apartados de la civilización ya que el transporte hasta allí se complicaba bastante. Aunque esto puede ser una ventaja o una desventaja según cómo se mire. Es una forma genial de desconectar del estrés.

Conclusión personal

El concepto de trabajar hombro con hombro con personas con una historia, edad, cultura y hasta una ideología diferente es muy enriquecedor y creo que es la parte más importante de estar en un campo de trabajo. La idea de unir a personas de tantos países con un propósito en común por muy banal que sea (como construir un invernadero con ventanas viejas) es la parte más bonita de participar en uno de estos campamentos. Indudablemente esta experiencia me ha inspirado y motivado para realizar más actividades de este tipo y lo recomiendo a todo el mundo que tenga la oportunidad de hacer un campo de trabajo voluntario de la Unión Europea.

El año que viene repetiré.



Comentarios

  1. Wow! Vidadeunaestudianteenapuros! no paras! esta historia es increible y parece que fue una oportunidad única. Sigue publicando cuando puedas porfi :D

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